Escaramuza en las Kuriles
El teléfono móvil de Kenji Tanaka vibró débilmente en su bolsillo. Un milagro, pensó, mientras la luz mortecina de la vieja granja iluminaba el mensaje: "Contacto establecido. Rescate en camino". Llevaban cuatro días escondidos, desde que el "Koyo Maru" se fue a pique. Él y tres de sus doce hombres habían logrado alcanzar a nado la costa rocosa de esta isla Kuril.
La esperanza, casi extinta, revivió con la llegada de la noche y el sonido lejano de motores.
Cuatro secciones de la Fuerza de Autodefensa de Japón, sigilosas como sombras, desembarcaron en la costa occidental de la isla. Un francotirador se apostó en una elevación, su mira telescópica barriendo el terreno.
Los hombres de Tanaka, debilitados y hambrientos, habían guiado a la primera sección hasta la ruinosa granja. Pero la presencia japonesa no pasó desapercibida. Los radares rusos, detectaron la actividad inusual. El silencio del amanecer se rompió con el silbido ominoso de proyectiles de mortero.
¡Boom! ¡Boom! Las explosiones sacudieron la tierra alrededor de la granja, obligando a los japoneses a dispersarse y buscar cobertura. La primera sangre se derramó con esquirlas hiriendo levemente a un cabo en el brazo. Los rusos, sin esperar una respuesta, iniciaron su avance, una columna de soldados emergiendo entre la maleza.
En su avance, los rusos irrumpieron en una granja de vacas cercana, ajena al conflicto. Sorprendieron a una docena de trabajadores que evacuaron del combate.
A pesar de la desventaja, las secciones japonesas se atrincheraron, respondiendo al fuego ruso con precisión. El avance enemigo se detuvo, bloqueado por la determinación nipona.
Mientras el combate se intensificaba, lõa sección liderada por el sargento Nori, un hombre de rostro curtido y mirada penetrante, logró alcanzar la vieja granja. Allí, en el polvoriento interior, encontraron a Tanaka y a los otros tres marineros, demacrados pero vivos.
"¡Capitán!" exclamó Nori, la sorpresa y el alivio mezclándose en su voz. "Es hora de volver a casa."
La orden de repliegue se transmitió rápidamente. Bajo la cobertura del fuego de las otras secciones, el pelotón de Nori comenzó la peligrosa retirada hacia el punto de evacuación . Los rusos, al darse cuenta de la maniobra y de la presencia de los marineros, intensificaron su fuego.
Una ráfaga de disparos rozó el muslo de un joven soldado, un gemido ahogado escapó de sus labios. A pesar del dolor, continuó corriendo, apoyado por sus compañeros.
La evacuación fue tensa y peligrosa, pero la disciplina y el entrenamiento de los soldados japoneses prevalecieron. Poco a poco, lograron alcanzar el punto de extracción donde varios helicópteros esperaban listos para llevarlos de vuelta a la seguridad.
Mientras los helicópteros se alejaban de la costa, dejando atrás el eco de los disparos rusos, Kenji Tanaka miró hacia la isla que los había mantenido prisioneros. La escaramuza había sido breve pero intensa, un recordatorio brutal de la persistente tensión en las Kuriles. Pero lo importante era que, a pesar de las heridas y el peligro, él y sus hombres volvían a casa.
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