Asalto frontal
El silencio se rompió con un estallido de disparos simultáneos. Desde las posiciones atrincheradas, los fusiles de asalto japoneses escupieron ráfagas precisas hacia las figuras que comenzaban a moverse entre la maleza.
La respuesta rusa fue inmediata y contundente. La sección de ametralladoras PKM, emplazada estratégicamente, barrió la colina con una cortina de fuego denso, obligando a los defensores a agacharse.
Simultáneamente, los speznats, que se habían mantenido en una posición de retaguardia, lanzaron granadas de humo. Una espesa niebla grisácea comenzó a extenderse, ocultando el avance de los pelotones rusos que se acercaban con cautela a las líneas enemigas.
El bosque se convirtió en un laberinto de disparos, gritos y de ramas rotas. El combate fue brutal y a corta distancia. Los soldados rusos, impulsados por la determinación de rescatar a sus compañeros, avanzaban con ferocidad, aprovechando la cobertura del humo y el fuego de las ametralladoras. Dos secciones japonesas, superadas por la intensidad del asalto inicial, dejaron de ofrecer resistencia, sus defensores abatidos o dispersos.
Sin embargo, la tercera sección japonesa, aunque había sufrido bajas, se mantenía firme. Sus disparos certeros causaban estragos entre las filas rusas que avanzaban. Con una disciplina fría, su oficial dirigió el fuego de mortero propio. Los proyectiles silbaron por encima de las cabezas de los atacantes y comenzaron a impactar con precisión cerca de las ametralladoras rusas, obligándolas a cesar su fuego de apoyo y a buscar una nueva ubicación.
Ante la creciente resistencia y las bajas sufridas, Zarya decidió emplear su última baza. "¡Los speznats al frente!", ordenó por la radio. Los cinco hombres, hasta ahora observadores silenciosos, se movieron con la velocidad y la letalidad que los caracterizaba. Eran la punta de lanza para el asalto final.
Pero al salir de la cobertura, se encontraron con una lluvia de fuego inesperada. Lo hombres del último pelotón japones concentraron sus disparos sobre ellos, no eran más que un puñado, alguno herido, eran la ultima defensa, que cerraba el avance hasta la base japonesa en la isla. A este fuego se sumó la precisión del mortero japonés, cuyos proyectiles impactaban ahora directamente en la posición de los speznats. En cuestión de segundos, la unidad de élite rusa quedó diezmada, sus movimientos rápidos y coordinados interrumpidos por la metralla y las balas.
La situación se había deteriorado rápidamente. Las bajas rusas eran significativas, y la resistencia japonesa, lejos de ceder, se había consolidado. Los pelotones rusos habían sufrido un fuerte castigo, el avance se había estancado.
Con el rostro sombrío y consciente de la carnicería, el teniente coronel Zarya tomó una decisión difícil pero inevitable. "¡Alto el fuego! ¡Retirada general!", ordenó por la radio, su voz cargada de derrota. La prioridad ahora era salvar a los hombres que quedaban. La misión de rescate había fracasado.
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