Sombras sobre Mos Eisley

 El sol gemelo de Tatooine caía como un mazo de fuego sobre las armaduras blancas del Escuadrón 421. El aire en Mos Eisley olía a combustible quemado, sudor de bantha y especias raras. Un confidente habitual —un pequeño jawas que siempre quería piezas de repuesto— les había soplado el dato: unas cajas con el sello de una corporación minera fantasma habían aparecido en el Sector 4, cerca de la cantina de Chalmun.

Mientras el escuadrón avanzaba entre los puestos de comida callejera, el ruido de una disputa rompió la monotonía del zumbido de los speeders. Un Aqualish de piel curtida y colmillos babosos tenía acorralada contra una pared de adobe a una joven Twi’lek. Sus manos de cuatro dedos la sacudían con violencia mientras los transeúntes apartaban la vista, temiendo la ira del clan Hutt.


¡Alto en nombre del Imperio! —gritó el Novato TK-880, cuya armadura aún brillaba demasiado bajo el sol.

El Aqualish giró la cabeza, sus ojos negros y globulares en lugar de rendirse, soltó un gruñido gutural de desprecio y empezó a insultarlos en una jerga ininteligible de los bajos fondos.

— ¡Atrás, escoria imperial! —rugió el matón.

TK-880TK-422 levantaron sus rifles E-11. Los disparos de plasma rojo cruzaron el aire, pero el calor del desierto y los nervios jugaron en su contra: los pernos impactaron en las cajas de carga y en las paredes de arena, levantando nubes de polvo rojo, pero sin rozar al sospechoso.

Viendo que los soldados tenían la puntería típica de una patrulla de Tatooine, el Aqualish cargó como un reek enfurecido. Se lanzó directamente contra ellos antes de que pudieran recargar. Roco (TK-902) intentó levantar su arma pesada, pero el espacio era demasiado estrecho.

La pelea se volvió caótica y física. Los soldados tuvieron que usar las culatas de sus rifles y sus guanteletes reforzados. Tras una serie de golpes brutales que resonaron contra el plastoide de las armaduras, el Aqualish fue finalmente reducido. Quedó tendido en el suelo, respirando con dificultad, con la piel amoratada y la salud seriamente comprometida bajo las botas de los imperiales.


Mientras los dos guardias terminaban de esposar al matón, el resto del grupo —TK-707 desde la retaguardia y Roco— detectaron movimiento. Un individuo encapuchado, que observaba la escena desde las sombras de las cajas sospechosas, se escabulló con rapidez profesional. A pesar de sus esfuerzos, el sospechoso se desvaneció entre los puestos de humedad antes de que pudieran fijar su posición.

Kira (TK-405), sin embargo, no se distrajo con el combate. Sus sensores de comunicación detectaron una señal de corto alcance. Siguió la sombra de otro individuo que se movía con una elegancia sospechosa: un Twi’lek de piel pálida y una cola cerebral (lekku) enrollada al cuello de forma distintiva.

¡Tú, detente! —ordenó Kira, reconociendo los rasgos. Era Bib Fortuna, el lugarteniente de Jabba el Hutt.

Pero Fortuna conocía Mos Eisley como la palma de su mano. Con una sonrisa gélida y una reverencia burlona, desapareció por un pasadizo secreto que conducía a las alcantarillas o a algún pasaje privado del Palacio. Kira llegó al final del callejón solo para encontrar una puerta de hierro cerrada con un código que no pudo saltarse a tiempo.



Frustrados por la huida de Fortuna, el escuadrón se centró en lo que sí tenían: el Aqualish moribundo y las cajas. TK-422 forzó la cerradura de uno de los contenedores con su multiherramienta.

Al abrirse, no encontraron suministros mineros. Los ojos de los guardias se abrieron tras sus visores: células de energía de alta capacidad, detonadores térmicos modificados y escáneres de largo alcance. Era contrabando militar de alta calidad.

— Esto no es para unos simples matones —susurró el Novato.

— Ahora es del Imperio —sentenció Roco, cargando una de las cajas—. Y lo que sobre... será para nuestra jubilación.


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