La huida de Luisipo
¡Amigos, arrímense a la barra y pidan otra ronda! La noche es larga y el vino corre, perfecto para una historia de esas que te helan la sangre y te hacen agradecer estar a salvo aquí, con una buena jarra en la mano. Lo que les voy a contar, camaradas, sucedió no hace mucho, justo después de la Batalla del Río Hímera. Agudicen el oído, porque es un relato de valor, desesperación y una huida....
El hombre un viejo borracho, continuó su relato, tras captar la atención de la gente que bebía en la taberna.
Imagínense la escena: la derrota fue brutal para los Himeros, y los jóvenes soldados griegos quedaron dispersos por la isla buscando refugio.
Y allí estaba él, Luisipo el joven, un oficial con el sudor de la batalla todavía pegado al cuerpo, el sabor amargo de la derrota en la boca. Había encontrado refugio en un pueblito de mala muerte, un puñado de casas de piedra. Los días pasaban lentos. La tensión, amigos, era un nudo en el estómago de todos los que habían logrado sobrevivir.
Pero entonces, apareció ella. Una joven sacerdotisa, de esas que te miran y parece que te leen el alma, con un andar sigiloso como un gato. Al atardecer, bajo el manto de la noche, que apenas se asomaba, se acercó a ellos con un plan. "Tenemos que irnos", susurró, "antes de que llegue la patrulla".
Así empezó la huida. Se dividieron en dos grupos, para tener más posibilidades, ¿saben? Dos hoplitas curtidos irían por un camino, mientras Luisipo y la sacerdotisa tomarían otro.
Pero claro, ¿cuándo sale todo como uno quiere? De repente, se oyó un grito ahogado. Un hoplita, cayó redondo con una flecha en el pecho.
Su compañero, con un rugido que hizo temblar la noche, se lanzó contra el arquero cartaginés y lo tumbó de un golpe. Pero la alegría duró poco, amigos; otro guardia cartaginés y su espada encontró el corazón del segundo hoplita, dejándolo tirado en el suelo.
Y justo en ese momento, ¿qué creen? Una patrulla de cuatro cartagineses apareció, sus siluetas recortadas contra los últimos rayos de sol. Luisipo, al oír el clamor, dudó un instante. Su primer instinto fue correr hacia sus hombres caídos. Pero la sacerdotisa, ¡qué mujer!, le agarró de la capa. "¡No, Luisipo! ¡Escóndete!"
Pero Luisipo no iba a dejar a los suyos tirados. Sacó su espada y se lanzó en auxilio de sus camaradas, enfrentadose a la patrulla. El metal chocó con un ruido que te hacía saltar. Luisipo luchó como un demonio, con la desesperación de quien ya lo ha perdido casi todo. Le hicieron un corte profundo en el brazo, pero su furia era tal que, uno a uno, cuatro cartagineses cayeron ante su filo. ¡Cuatro, oyeron bien, cuatro!
Mientras tanto, la sacerdotisa se alejó, buscando refugio entre las sombras. Pero su escape fue interrumpido por un arquero solitario que la interceptó. El hombre tensó su arco, pero en un giro del destino, ¡la cuerda se rompió con un chasquido! , ¡que magia era esa! El arquero, rabioso, se le echó encima, usando el arco roto como si fuera un garrote. Después de un forcejeo desesperado, la sacerdotisa, ¡esa mujer era valiente!, logró clavarle el cuchillo que llevaba escondido. El cartaginés cayó, y volvió el silencio.
Sin más enemigos a la vista, los dos supervivientes, Luisipo con el brazo sangrando y la sacerdotisa temblorosa pero entera, se encontraron en la oscuridad. La victoria sabía a poco, mezclada con el dolor de haber perdido a sus compañeros. Pero con la determinación que te da la desesperación, se adentraron en la noche, dejando atrás el horror y buscando un futuro incierto, pero al menos, un futuro con vida.
¿Creen que estos dos valientes lograron encontrar un lugar seguro después de semejante odisea? ¿O el destino les tendría más pruebas preparadas?
¡Tabernero más vino!
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